Por Orlando Scoppetta DG.
Cuando viajo a algún lugar del país, me pregunto cómo viven los niños y las niñas, cuáles son sus sueños y cuáles sus tristezas. En la medida en que me es posible, hablo con ellos.
Cuando viajo a algún lugar del país, me pregunto cómo viven los niños y las niñas, cuáles son sus sueños y cuáles sus tristezas. En la medida en que me es posible, hablo con ellos.
He recogido
notas de mis viajes sin mayores pretensiones. Tendría que hacer muchas
anotaciones para prevenir acerca de las limitaciones de lo que escribo: las de mi
propia comprensión, las de la arbitrariedad de mis observaciones, y otras. Solamente aspiro a contar algunas historias que tal vez
sirvan para conocer mejor el país a través de la vida muy respetable de
nuestros niños y niñas.
Continúo esta serie en Pueblito. Hay muchos pueblitos en Colombia. Este es contiguo a
Moñitos, departamento de Córdoba. Allí vive Willmer*, quien tiene once años.
Vive con su abuela, pues su madre falleció hace poco.
Sus días de
vacaciones transcurren entre el juego casual, interrumpido por las labores de
la casa. Su familia ofrece servicios a turistas y él contribuye vendiendo
cocadas, despachando bebidas en la tienda y acarreando algunos insumos en una
carretilla que también sirve para otros fines.
No se ven
niños vendedores por las playas de Pueblito. Tampoco se les ve nadando en el
mar. Willmer me cuenta que no los dejan ir solos y los adultos se mantienen
ocupados en la temporada turística. Pero sí se les observa participar en los oficios
de los negocios familiares. Las niñas, ayudan con la limpieza, los niños con
mandados y con el abastecimiento. Willmer Entrega pulcramente cuentas a su tía, quien
tiene unos pocos años más que él. Ella cocina para los huéspedes y está atenta
al movimiento general del negocio, cuando su mamá se ausenta.
Todos los
niños participan de alguna manera en el sustento del hogar. Mariela, con diez
años, ayuda con el aseo de las habitaciones de los huéspedes. La experiencia o
la enseñanza de sus mayores le hacen ser silenciosa. Sin embargo,
discretamente me pide que le regale uno de los paquetes de golosinas que habíamos
comprado para amortiguar el hambre ocasional.
Llevando la
carretilla, Esteban, con siete años, circula por los caminos de Pueblito. Lo
veo llegar con los restos de lo que era una bicicleta, luego con otro
esqueleto similar. Lo veo entregarse a desarmar su chatarra. Me explica que va a
extraerles las piezas útiles para construirse una bicicleta. Entiendo que más
que el resultado le entusiasma manipular herramientas en compañía de un amigo
de su edad.
Esteban no
sabe qué a va a hacer cuando grande. La referencia obligada para él es su
hermano, Willmer. Él tampoco tiene todo muy claro pero dice que le gustaría se
beisbolista profesional. En la región caribe colombiana, el béisbol gusta mucho.
En Pueblito, la gente sigue con entusiasmo a los Leones de Montería. Él juega
en un equipo infantil y ha participado en varios torneos. Me cuenta que lo piden
en varias novenas y que espera poder debutar en un equipo grande.
Estos niños
y niñas son a la vez amables y cautos con los visitantes. Me doy cuenta de que
en su pensamiento infantil, se acepta el mundo como dado y se aprecian las cosas
simples que están al alcance.
Como tantos
niños de la costa, viven cerca del mar pero poco disfrutan de él. Sus
vacaciones coinciden con la época en que su trabajo es más demandado como apoyo
a las labores de sus mayores, atendiendo a los turistas. No tienen prolijidad
de juguetes, pero se las ingenian con un balón, una hamaca o los restos de
bicicletas que rescatan quién sabe de dónde.
*Todos los nombres fueron cambiados.
*Todos los nombres fueron cambiados.
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