viernes, 24 de marzo de 2017

Tres respuestas al asunto de los viajes en el tiempo


Por Orlando Scoppetta DG.

Me produjo insomnio, otra vez, el desplante de los viajeros en el tiempo a nuestro querido Stephen Hawking.

Esto pasó hace unos años. Hawking
organizó una fiesta un 28 de junio, pero hizo pública la invitación el 29, de manera que solo un viajero en el tiempo podría asistir con mérito suficiente. Nadie llegó y Stephen se quedó con su ropa gris de fiesta, globos pasabocas y bebidas.

Desde que la física se encumbrara más allá del sentido común y desde que la ciencia ficción atizara nuestra imaginación, haciendo teóricamente posibles los viajes en el tiempo, este asunto ha sido objeto de debates muy serios.

Cuando Einstein estableció (sí, se puede afirmar con tal certeza) que en lugar del espacio y del tiempo, existe el espacio-tiempo, quedó también establecido que nos movemos en el espacio y en el tiempo simultáneamente. También planteó Einstein que el tiempo se deforma, como el espacio, particularmente en cercanía de objetos masivos con fuertes campos gravitacionales. En todo caso, cualquier objeto con masa produciría alguna deformación del espacio-tiempo, solo que estas alteraciones resultan muy poco perceptibles.

Cuando hablamos de viajes en el tiempo, por lo regular hacemos referencia a algo distinto a la deformación dimensional cotidiana. Podría decirse que el soñado viaje en el tiempo consiste en poder desplazarnos, ver, estar y posiblemente interactuar con los seres y los objetos del tiempo pasado o futuro.

Ahora bien ¿No nos harían un gran favor los humanos del futuro yendo al pasado y viniendo al presente para ordenar ciertas cosas? A todos se nos ocurren algunos ajustes. Entonces, parece un tanto desconsiderado que no nos den una mano.

Sin embargo, los viajeros en el tiempo serían o en extremo cautelosos, puesto que su injerencia en el pasado podría causar paradojas catastróficas, o muy descorteses como para hacerle tal agravio a Stephen Hawking.

Tal vez, la respuesta es que los viajes en el tiempo, al menos hacia el pasado, no son posibles. Aquí postulo tres hipótesis para explicar esto pero antes, propongo una condición necesaria.

La condición necesaria

Una condición para los viajes en el tiempo es algún tipo de solución tecnológica. Hacer un gran esfuerzo mental, meditar o pujar, no parecen producir ningún resultado demostrable.

Por supuesto estoy haciendo abstracción de la posibilidad de que las partículas elementales viajen cotidianamente en el tiempo, así como de las paradojas que harían improbable tal viaje. Aquí estoy haciendo referencia a que seres humanos conscientes viajen en el tiempo.

Dada la condición previa, voy a las hipótesis que no son necesariamente mías. Tal vez son una mezcla entre lo que leí de otros y algo de temperatura corporal por encima de los 37 grados.

La primera. Nunca llegamos

Nuestra generación muy probablemente no alcanzará la tecnología necesaria para viajar en el tiempo, pero alguna en el futuro podría. Sin embargo, la primera hipótesis es que la humanidad no llegará a construir tal solución tecnológica. La expresión más sencilla de esta hipótesis es que tal solución tecnológica no es físicamente posible y que por lo tanto en el futuro no se desarrolla.

La otra derivación de esta hipótesis es que la humanidad es destruida por algún cataclismo de gran alcance antes de que pueda lograr tal nivel tecnológico. Por lo tanto, no hay humanos del futuro capaces de viajar en el tiempo.

La segunda. La cresta de la ola

Tenemos la noción de que estamos en el presente. De alguna manera, somos ese presente. En nuestro pasado, estamos nosotros mismos, nuestros abuelos, las guerras mundiales y demás.

Asumamos que vamos hacia adelante, como se mueve una ola. Mi hipótesis, es que nosotros, la generación presente, estamos en la cresta de la ola y que delante de nosotros no hay nada. Es decir, somos el máximo horizonte del futuro. Para nuestros tatarabuelos, nosotros seríamos el futuro (¡Qué decepción!). Pero delante de la cresta de la ola, no hay nada todavía. Así que dado que nosotros no hemos desarrollado la tecnología para los viajes en el tiempo, no hay viajeros en el tiempo.

La tercera. La hoja de papel

Supongamos que el espacio-tiempo se comporta como una hoja de papel enrollada. A medida que se desenrolla, aparecen los acontecimientos. Se desenrolla un poco, y aparece el medioevo; un poco más, y viene el renacimiento; otro poco, y aparecen nuestros días (es decir, otra edad oscura). Entonces, a medida que se desenrolla el espacio-tiempo aparece un presente con todo el conjunto de entidades que lo conforman.

Así como se desenrolla (el tiempo hacia adelante), podría enrollarse nuevamente (el tiempo hacia atrás). Nuestro papel podría ser infinito hacia adelante, pero finito hacia atrás (la frontera del Big Bang).

El asunto es que si se hace volver el tiempo hacia atrás (enrollar el papel), todo el papel volvería hacia atrás, es decir, todo el espacio-tiempo. De esta manera, el viaje en el tiempo que se muestra en las películas no sería posible, porque al volver el tiempo hacia atrás “todo” volvería hacia atrás, no solamente los aspirantes a viajeros.

Dada la situación descrita, la máquina en el tiempo llevaría todo al pasado, así que todo el esfuerzo en retroceder el tiempo sería inútil. Así mismo, si fuera posible hacer que el papel se desenrolle todo iría hacia adelante, sin ningún resultado apreciable.

Las tres soluciones que planteo a la incógnita conducen a que los viajes en el tiempo que se nos muestran en las películas de ciencia ficción, no son posibles. Por lo tanto, no hay viajeros viniendo desde el futuro a alterar a historia, ni asistentes a la fiesta que organizó Stephen Hawking.


domingo, 29 de enero de 2017

Ser niño, ser niña en Pueblito

Por Orlando Scoppetta DG.

Cuando viajo a algún lugar del país, me pregunto cómo viven los niños y las niñas, cuáles son sus sueños y cuáles sus tristezas. En la medida en que me es posible, hablo con ellos.
He recogido notas de mis viajes sin mayores pretensiones. Tendría que hacer muchas anotaciones para prevenir acerca de las limitaciones de lo que escribo: las de mi propia comprensión, las de la arbitrariedad de mis observaciones, y otras. Solamente aspiro a contar algunas historias que tal vez sirvan para conocer mejor el país a través de la vida muy respetable de nuestros niños y niñas.
Continúo esta serie en Pueblito. Hay muchos pueblitos en Colombia. Este es contiguo a Moñitos, departamento de Córdoba. Allí vive Willmer*, quien tiene once años. Vive con su abuela, pues su madre falleció hace poco.
Sus días de vacaciones transcurren entre el juego casual, interrumpido por las labores de la casa. Su familia ofrece servicios a turistas y él contribuye vendiendo cocadas, despachando bebidas en la tienda y acarreando algunos insumos en una carretilla que también sirve para otros fines.
No se ven niños vendedores por las playas de Pueblito. Tampoco se les ve nadando en el mar. Willmer me cuenta que no los dejan ir solos y los adultos se mantienen ocupados en la temporada turística. Pero sí se les observa participar en los oficios de los negocios familiares. Las niñas, ayudan con la limpieza, los niños con mandados y con el abastecimiento. Willmer Entrega pulcramente cuentas a su tía, quien tiene unos pocos años más que él. Ella cocina para los huéspedes y está atenta al movimiento general del negocio, cuando su mamá se ausenta.
Todos los niños participan de alguna manera en el sustento del hogar. Mariela, con diez años, ayuda con el aseo de las habitaciones de los huéspedes. La experiencia o la enseñanza de sus mayores le hacen ser silenciosa. Sin embargo, discretamente me pide que le regale uno de los paquetes de golosinas que habíamos comprado para amortiguar el hambre ocasional.
Llevando la carretilla, Esteban, con siete años, circula por los caminos de Pueblito. Lo veo llegar con los restos de lo que era una bicicleta, luego con otro esqueleto similar. Lo veo entregarse a desarmar su chatarra. Me explica que va a extraerles las piezas útiles para construirse una bicicleta. Entiendo que más que el resultado le entusiasma manipular herramientas en compañía de un amigo de su edad.
Esteban no sabe qué a va a hacer cuando grande. La referencia obligada para él es su hermano, Willmer. Él tampoco tiene todo muy claro pero dice que le gustaría se beisbolista profesional. En la región caribe colombiana, el béisbol gusta mucho. En Pueblito, la gente sigue con entusiasmo a los Leones de Montería. Él juega en un equipo infantil y ha participado en varios torneos. Me cuenta que lo piden en varias novenas y que espera poder debutar en un equipo grande.  
Estos niños y niñas son a la vez amables y cautos con los visitantes. Me doy cuenta de que en su pensamiento infantil, se acepta el mundo como dado y se aprecian las cosas simples que están al alcance.
Como tantos niños de la costa, viven cerca del mar pero poco disfrutan de él. Sus vacaciones coinciden con la época en que su trabajo es más demandado como apoyo a las labores de sus mayores, atendiendo a los turistas. No tienen prolijidad de juguetes, pero se las ingenian con un balón, una hamaca o los restos de bicicletas que rescatan quién sabe de dónde.

*Todos los nombres fueron cambiados.

Colores en el viento

Carlos Jacanamijoy*
El mundo se construye de diferentes maneras. La palabra cultura tal vez no sea suficiente para contener el significado esencial de eso que implica vivir paralelamente en este mismo mundo y a la vez estar en él de formas tan distintas. 

   Un colombiano nacido en un pueblo indígena nos puede ser tan extraño como un extraterrestre, lo que es el resultado de siglos en que su apariencia se constituyó en signo de lo indeseable: su conocimiento se juzgó como ignorancia lo que justificaba cambiarlos utilizando la fuerza si era menester.

      Esta mentalidad fue más allá de la demarcación histórica de la colonia. Una ley de la República (la 89 de 1890) a la vez que reconoce la autoridad de los cabildos, también establece “la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada".

     Se puede pensar que los pueblos indígenas y afrodescendientes son materialmente pobres porque su cultura promueve la pobreza. La realidad es que detrás de la falta de acceso a los bienes sociales hay premisas ideológicas y como consecuencias de ellas, omisiones que afectan a las etnias nacionales, amén de acciones que históricamente han socavado su integridad.

    Carlos Jacanamijoy, pintor colombiano, indígena inga del Putumayo, habla a través de su obra del destierro de las etnias en su propio país. Para él, la plástica es el medio por el cual cuenta también cómo se ve el mundo desde la perspectiva de un niño inga. Los lienzos le sirven para mostrar su medio originario así como su transición de la infancia prístina, a los entornos donde era extraño, subvalorado y malquerido.

   Como se dijo antes, un indígena puede sernos tan ajeno como un ser de otro planeta. A un ser de otro planeta, le puede parecer incomprensible que el sabio occidental se desviva por adquirir productos que lo matan, destruya lo que lo sustenta y por ambición lleve al planeta entero al borde de la crisis, mientras mira por encima del hombro al indígena que ve colores en el viento.

Viento amarillo y semilla. 2007.*



* Foto Elizabeth Jiménez y Freddy Arango. Revista Credencial. LA PATRIA Carlos Jacanamijoy. Tomado de http://www.lapatria.com/variedades/jacanamijoy-hoy-en-manizales-12657


El álbum de la infancia

Por Orlando Scoppetta DG.

¿Cuál es ese recuerdo de la infancia que llega ahora a la memoria? Tal vez el de la travesura que hace reír en las reuniones familiares, aunque en su momento hizo merecer una reprimenda. O tal vez es la remembranza de ese momento en que se sintió dolor, tristeza o soledad. La evocación de la niñez hace sonreír al más adusto o ensombrecer al más festivo.



Sol de la mañana. Eward Hopper, 1952
    El asunto refiere a mucho más que un álbum fotográfico de la infancia. Hurgando en los recuerdos es posible encontrar las circunstancias en las que se instaló la seguridad, la chispa o la inspiración. Fue el reconocimiento, fue el apoyo, fue el abrazo. También es probable explorar cómo se instauró el frío, la angustia, el temor. De los primeros años de la vida se puede salir un poco aporreado, a veces mucho; luego, con el paso del tiempo, las abolladuras se tiñen de colores más alegres, aunque en algunos casos la capa de pintura sea insuficiente para restañar las heridas.


     Reconocer en lo propio la manera como las experiencias de la infancia definieron lo que hoy se es,  serviría para recalcar  la responsabilidad que tienen los adultos para con los niños y las niñas. Cada adulto debería comprometerse a que los que crecen junto a él encuentren más de lo bueno que disfrutó y  menos de aquello que lastimó su humanidad infantil. No es cierto que el dolor forme bien el carácter. Este es uno de los lemas de un conglomerado humano que no cree posible la paz ni la comunidad basada en el afecto más que en el interés. Para un niño o una niña, lo que educa es la manera como se le ayude a entender y a aprender de los eventos desfavorables.

    Debería acompañar a la sabiduría de la abuela que prodiga afecto cuando se espera el castigo, de la madre que asiste con paciencia las necedades de sus hijos cuando estos ya superan la frontera de la adultez, la sabiduría política de quienes están al frente de lo público. Un alcalde o un gobernador no pueden cambiar lo que sucede al interior de los hogares… o tal vez sí. Para ayudar a lograrlo se requiere autoridad moral y tal vez, recordar un poco que alguna vez, cuando fueron niños, su vida dependió de lo que otros hicieran por ellos: sus padres, algún maestro, algún médico. Para entender mejor por qué hay que hacer esto bien, habrá que cerrar los ojos y recordar alguna noche aciaga, cuando se fue niño.

sábado, 21 de enero de 2017

Tiempo, no espacio


Por Orlando Scoppetta DG.

Nos dice Jorge Luis Borges en Discusiones que Alfred Korzybski afirma que la característica fundamental del ser humano, es la tarea de acopiar tiempo, no espacio.
Alfred Korzybski (1879-1950)
Imagen de Wikipedia

 ¿En qué consiste esta suprema originalidad del hombre? En que vecino al vegetal y al animal que amontona espacio, el hombre acapara tiempo”.

Aunque Borges declara no entender a Korzybski, en una de sus citas parece estar la clave de la metáfora:

El materialismo dijo al hombre: Hazte rico de espacio. Y el hombre olvidó su propia tarea. Su noble tarea de acumulador de tiempo. Quiero decir que el hombre se dio a la conquista de las cosas visibles. A la conquista de personas y territorios. Así nació la falacia del progresismo. Y como una consecuencia brutal, nació la sombra del progresismo. Nació el imperialismo”.

No era en sí mismo novedoso el llamado aunque de alguna manera sí su presentación. La posesión de lo material ha sido el gran escollo del proyecto humano; el motor de la opresión; el combustible de las guerras.

Lo que Korzybski llama tiempo, hace referencia a las experiencias y conocimientos. En palabras de Borges, felicidades, ritos, cosmogonías, dialectos. Esta apetencia se contrapone al ansia material por la cual se incurre en la inequidad.

Jorge Luis Borges (1899-1986)
La competencia de los humanos por lo material ha llevado a la guerra más larga, cruenta y aun así no declarada. Cientos de millones de muertos pueden contarse por la confrontación directa y más por la confrontación indirecta: aquella que determina el destino de quienes nacen en el país equivocado o en la familia equivocada. Pocos son los vencedores y el resto de la humanidad podría estar entre los vencidos.

Esta distracción de las tareas fundamentales lleva a la enorme masa humana por el camino de la infelicidad. Está el ser humano ante la imagen más alta de sí mismo, construida ya sea la enorme posesión de riquezas, ya sea por una montaña de conocimiento que muy pocos pueden alcanzar.

En palabras de Bertrand Russell, el humano “tiene ante sí la imagen de lo que debiera ser y esta imagen está en constante desacuerdo con el conocimiento de sí mismo”. A la mayoría de la humanidad se le ha negado la satisfacción de los anhelos materiales y espirituales mínimos y entre ellos, quienes alcanzan este grado, miran hacia el siguiente como fuente de sus tormentos.

Bertrand Russell (1872-1970)
Foto: John Pratt/Keystone Features/Getty Images
La vuelta a la dimensión del tiempo de la que habla Korzybski, tendría que ver con la conciencia del sentido de lo humano. La satisfacción material produce ese espejismo de felicidad porque estimula aquella parte del entramado cerebral que induce placer. Es un nivel muy primario que debe ser asimilado por una conciencia superior.

El recorrido de Bertrand Russell en la conquista de la felicidad, nos habla de un ser humano que es capaz de ser feliz superando el egocentrismo. Viéndose como parte de algo más grande. Aunque el final de su libro resulta no ser tan preciso en su tesis, podríamos extraer lo que describe a un hombre feliz, justo al final del ensayo:


El que se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que le ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera”.

Mi acercamiento al problema de la conciencia

  P or Orlando Scoppetta DG.      Desde hace años, décadas quizás, vengo discutiendo en mi cabeza el problema de la conciencia. Durante esos...