miércoles, 30 de noviembre de 2016

Por qué fracasan los países

Parecemos encerrados en un círculo de pobreza. Si decimos que para dejar de ser un país pobre debemos, por ejemplo, mejorar nuestro sistema educativo, nos encontramos con que no tenemos los recursos para hacerlo, porque somos un país pobre. También requerimos actualizar nuestra infraestructura, pero el dinero no alcanza para hacerlo al ritmo deseado, porque somos un país pobre.

La explicación principal a nuestra pobreza parece una interminable tautología: somos pobres, porque somos pobres.
En las conversaciones de los colombianos suele aparecer la reflexión acerca de los motivos de nuestra pobreza. Es común recurrir a argumentos como nuestro clima (la falta de estaciones nos haría perezosos y no previsivos) o el haber sido colonizados por españoles y no por ingleses (los españoles tendrían cierta tendencia a vicios y nos habrían heredado eso).
Las explicaciones expuestas recurren a la geografía, el clima y la historia. Pareciera que estamos condenados a la pobreza por condiciones que no escogimos. Nos tocó ser un país pobre por estar en el trópico y tener la mala suerte de ser ocupados por España.
Por otra parte, es evidente que, en menos de un siglo, naciones con situaciones económicas adversas dieron un salto a la prosperidad, como Corea del Sur o Singapur. Entonces, de alguna manera es posible romper el cerco de la pobreza. Algo no se nos ha revelado en esta historia de ricos y pobres.
En su libro por qué fracasan los países, Daron Acemoglu y James Robinson retan estos argumentos y encuentran una proposición alternativa. Los países ricos son aquellos en donde el conjunto de reglas y políticas promueve la equidad, de manera que hay acceso al poder y a los medios de producción. En estas naciones el Estado cumple el papel de equilibrar la balanza del poder y facilitar el que haya competencia sana.
Para Acemoglu y Robinson la pobreza de muchos pueblos se explica porque hay élites que controlan el Estado y manipulan las leyes para su beneficio, de manera que el subdesarrollo no es la consecuencia natural de la carencia de recursos o medios de producción, sino que es el resultado de condiciones creadas para que ciertos subgrupos exploten a los ciudadanos.
En el caso colombiano hay algunos signos que tienen a confirmar la hipótesis planteada en el libro: uno es la frecuente aparición de casos donde los recursos del Estado, aparentemente escasos, son sometidos al despilfarro. Tal es la situación, por mencionar un par ejemplos, de la refinería de Cartagena o de la ciudadela deportiva de Ibagué. También pueden contarse como ilustrativos la existencia de pocos canales privados nacionales, la monopolización de sectores productivos, entre otros.
El análisis de Acemoglu y Robinson apunta a la dirigencia de un Estado. Es claro que en los países donde los dirigentes se han propuesto cambiar las cosas, es posible que se gire hacia el progreso. De esta manera, la pobreza material es un reflejo de la falta de competencia de sus dirigentes.

Podría concluirse que más que un país pobre, somos un país mal administrado.

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