Parecemos
encerrados en un círculo de pobreza. Si decimos que para dejar de ser un país
pobre debemos, por ejemplo, mejorar nuestro sistema educativo, nos encontramos con
que no tenemos los recursos para hacerlo, porque somos un país pobre. También requerimos
actualizar nuestra infraestructura, pero el dinero no alcanza para hacerlo al
ritmo deseado, porque somos un país pobre.
La explicación principal a nuestra pobreza parece una
interminable tautología: somos pobres, porque somos pobres.

Las explicaciones expuestas recurren a la geografía, el clima
y la historia. Pareciera que estamos condenados a la pobreza por condiciones
que no escogimos. Nos tocó ser un país pobre por estar en el trópico y tener la
mala suerte de ser ocupados por España.
Por
otra parte, es evidente que, en menos de un siglo, naciones con situaciones
económicas adversas dieron un salto a la prosperidad, como Corea del Sur o
Singapur. Entonces, de alguna manera es posible romper el cerco de la pobreza.
Algo no se nos ha revelado en esta historia de ricos y pobres.
En su libro por qué
fracasan los países, Daron Acemoglu y James Robinson retan estos
argumentos y encuentran una proposición alternativa. Los países ricos son aquellos en
donde el conjunto de reglas y políticas promueve la equidad, de manera que hay
acceso al poder y a los medios de producción. En estas naciones el Estado
cumple el papel de equilibrar la balanza del poder y facilitar el que haya
competencia sana.
Para Acemoglu y Robinson la pobreza de muchos pueblos se
explica porque hay élites que controlan el Estado y manipulan las leyes para su
beneficio, de manera que el subdesarrollo no es la consecuencia natural de la
carencia de recursos o medios de producción, sino que es el resultado de
condiciones creadas para que ciertos subgrupos exploten a los ciudadanos.
En el caso colombiano hay algunos signos que tienen a
confirmar la hipótesis planteada en el libro: uno es la frecuente aparición de
casos donde los recursos del Estado, aparentemente escasos, son sometidos al
despilfarro. Tal es la situación, por mencionar un par ejemplos, de la
refinería de Cartagena o de la ciudadela deportiva de Ibagué. También pueden
contarse como ilustrativos la existencia de pocos canales privados
nacionales, la monopolización de sectores productivos, entre otros.
El análisis de Acemoglu y Robinson apunta a la dirigencia de
un Estado. Es claro que en los países donde los dirigentes se han propuesto
cambiar las cosas, es posible que se gire hacia el progreso. De esta manera, la
pobreza material es un reflejo de la falta de competencia de sus
dirigentes.
Podría concluirse que más que un país pobre, somos un país
mal administrado.
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