miércoles, 12 de octubre de 2016

Mi García Márquez personal

Casi en el instante mismo en que se conoció la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez, los medios de comunicación dieron paso a un gran despliegue de información sobre lo que fue su vida;  al tiempo, se desató la polémica tan colombiana sobre lo que hizo y no hizo el personaje. Pareciera que para muchos la vida de García Márquez se hubiera revelado con la explosión noticiosa. No es esto de extrañar en un país con niveles de lectura tan bajos.

     La realidad es que la obra de Gabriel García Márquez se extiende desde 1947, cuando se publicó su primer cuento, hasta 2004, con su última novela. Para cuando fue premiado con el Nobel de literatura, ya había obtenido al menos otros cuatro reconocimientos internacionales de alto nivel, y no quiso recibir más premios. Como todo escritor de renombre tuvo notas altas y bajas en su producción. Cuando apareció la hojarasca, buena parte de la crítica especializada habló de una escisión en la historia de la narrativa colombiana, antes y después. Pero de hecho, la novela había sido devuelta por la editorial y el mismo escritor se reconoció insatisfecho por la versión enviada para publicación, de manera que la corrigió hasta llegar al texto que hoy conocemos.
    Dijo varias veces Gabriel García Márquez, que todos los días escribía al menos un par de cuartillas, impulsado por esa vocación que lo llevó a soportar penurias antes de que pudiera sustentarse con su obra. Para intentar entender al escritor, hay que verlo en ese contexto de relator de su propia historia, de un territorio específico (el caribe colombiano), de un país, de Latinoamérica, que luego puede ser asimilada a muchos lugares del mundo.
En su discurso de recepción del Premio Nobel en  1982 no renunció a hablar en voz alta acerca de la condición de América Latina, aunque su actitud le valiera el rechazo de la porción del país que nunca quiso escuchar esa verdad.
   Cualquier nacido en el caribe colombiano puede identificar su propia historia en las narraciones de Gabriel García Márquez. El ambiente soporífero de nuestros pueblos polvorientos, la vigencia permanente de los que ya no están, los olores a frutas y por supuesto, las mariposas amarillas que llenan nuestros jardines como regalos de la vida por épocas de cada año.
   Quienes dejamos nuestra tierra, como el escritor, para vivir en Bogotá, encontramos en su historia personal algo de identificación. Cuando describió así a la capital, “Era entonces una ciudad remota y lúgubre, donde estaba cayendo una llovizna inclemente desde principios del siglo XVI", resumió el sentimiento de quienes fuimos recibidos por una urbe fría en el clima y en el trato de quienes veían a los costeños como seres extraños, que insistían en desayunar con yucas y bananos verdes cocidos, que hablaban con desparpajo en tonalidades inaceptables para el sigilo cundinamarqués.

  El éxito de Gabriel García Márquez fue nuestra reivindicación. Fue nuestra propia historia de soledades, fue nuestra palabra, fue la presencia de nuestros abuelos y abuelas, de nuestras casas, calles y barrios, todo dado a conocer al planeta. Fue un costeño como yo, como mis abuelas y mis tíos contadores de historias, hablándole al planeta acerca de cómo celebramos la vida en medio de la nostalgia que nos ha sido transmitida en los genes y que nos hace apegarnos a cada pariente, a cada amigo, a cada árbol, a cada recuerdo. Esta inspiración que sube desde la tierra misma, y que a alguno le hizo escribir muy bien, y a otros cantar tonadas que cuentan de la nostalgia por el mundo que ante nuestra vista se está yendo, como se fue Gabriel García Márquez, como nos vamos una y otra y vez nosotros mismos. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Mi acercamiento al problema de la conciencia

  P or Orlando Scoppetta DG.      Desde hace años, décadas quizás, vengo discutiendo en mi cabeza el problema de la conciencia. Durante esos...